Paraná 140 2º piso
(Cerca de estación Uruguay subte B - entrada libre gratuita etc etc)
Están invitados!
Tras un largo período de ensi_is_a_iento y con un si_bólico y feliz acota_iento de su abecedario, el libro azul su_a otra página.
La salvación
Por Isidoro Blaisten
Buenas tardes, señor -dijo el viejo-, ¿qué desea?
-Señor -dijo el ho_bre que buscaba la salvación-, ¿tiene algo que _e salve?.
El viejo dejó el lápiz enci_a de la boleta, lo corrió justo hasta el borde del talonario, cerró las tapas, apoyó las _anos sobre el _ostrador, ladeó la cabeza, y se lo quedó _irando por enci_a de los lentes.
El ho_bre ya e_pezaba a ponerse nervioso.
Por fin, el viejo dijo:
-Ajá, ¿conque algo que lo salve?
-Sí. ¿Tiene? -preguntó el ho_bre esperanzado.
El viejo tiró de la punta que aso_aba apenas, extrajo el lápiz y dio unos cuantos golpecitos en el _ostrador.
-Conque algo que lo salve -dijo nueva_ente.
"Qué despacioso", pensó el ho_bre, "parece un telegrafista".
El viejo arrugó la cara y _iró los estantes de arriba, con un ojo achicado, co_o si estuviera recordando. Después volvió a observar al ho_bre, salió de atrás del _ostrador, y se alejó hacia el fondo del local, que era _uy largo y bastante oscuro. Regresó e_pujando lenta_ente una escalera con rueditas, que estaba unida por un riel a los estantes de arriba.
El ho_bre notó que el viejo renqueaba un poco de la pierna derecha. Creyó que iba a subir, porque ya había apoyado la escalera, _uy cerca de él, co_o a cinco pasos, pero el viejo la sacudió un poco verificando la solidez de los peldaños, se sonrió y dijo:
-Ahora, señor, si usted se diera vuelta...
-¡Eso nunca! -dijo el ho_bre con el rostro de_udado y haciendo un ade_án de irse.
- Por favor -dijo el viejo sonriéndose _ás todavía-.
Por favor -volvió a decir-. No _e interprete _al. Tiene que ser sin _irar. Dese vuelta y cierre los ojos.
El ho_bre se dio vuelta y cerró los ojos.
El viejo tardaba. Por fin oyó que subía, respirando fuerte, co_o si le costase.
El ho_bre hizo un a_ago de girar el cuerpo. Desde lo alto escuchó la voz del viejo.
- Ah, no, así no vale. Ya le dije que tiene que ser sin _irar. Dese vuelta y cierre los ojos. ¡Y no espíe, eh!
El ho_bre apretó fuerte_ente los párpados, tanto, que la cara se le distendió en una _ueca, co_o si estuviese riendo con la boca cerrada.
Atrás, arriba, el viejo estaba revolviendo algo, alguna _ercadería, que hacía ruido a lata. De pronto el sonido cesó.
El ho_bre sintió que el corazón le e_pezaba a latir apresurada_ente. Tu vo _iedo. El viejito no la podía encontrar.Ya la había vendido toda. Se daría vuelta en la escalera, y le diría:
- Señor _ío, lo siento _ucho. No queda _ás. Ya puede _irar. Y bajando despaciosa_ente los escalones, agregaría:
- Hasta la se_ana que viene no hay nada que hacer... Usted tendría que darse una vueltita el jueves, o _ás seguro el viernes.
Entonces él, saturado de cansancio, preguntaría por rutina:
-Y díga_e, señor, ¿no sabe dónde se podrá conseguir por acá cerca?
-Pero no le estoy diciendo, señor, que la se_ana entrante la recibi_os seguro -insistiría el viejo ya un poco a_oscado y apoyando la pierna renga en el suelo.
-No, no puedo esperar. Gracias -y tendría que irse, y suicidarse con bicloruro de _ercurio.
Pero no fue así. El viejo seguía revolviendo cosas. "Probable_ente debe de haber cajas de cartón, ta_bién", pensó el ho_bre, porque por _o_entos el ruido a lata se a_ortiguaba.
El viejo dijo:
-Ajá, já, por ai cantaba Garay.
Por la for_a co_o le salió la voz, parecía que estaba tironeando de algo. "Co_o si estuviera sacando una _uela", pensó el ho_bre.
-Ya está -dijo el viejo.
El ho_bre dio un salto. Una _edia vuelta co_o los soldados.
- Ah, no -dijo el viejo desde arriba-, sin darse vuelta.
El ho_bre volvió a su posición. No había alcanzado a ver _ás que el saco color gris rata del viejo, un poco del pantalón _arrón, de un _arrón _uy antiguo, porque le trajo un recuerdo i_preciso de cuando era chico, y dos rayas anchas y blancas.
La escalera e_pezó a crujir. El viejo bajaba. Al ho_bre le pareció que el descenso se le hacía inter_inable. De frente, escondiendo algo detrás de la espalda, el viejo tarareaba las palabras co_o los chicos:
-Ya está, ya está, ya está.
Llegó hasta donde estaba el ho_bre.
- Ahora, sin espiar, se _e va a dar vuelta para el otro lado -dijo.
Y le apoyó la _ano libre en el ho_bro, lo ayudó a girar, y verificó que tuviese los ojos bien cerrados.
-¿Ya está? -preguntó el ho_bre.
-Ya va a estar, ya va a estar -dijo el viejo pasando detrás del _ostrador.
Hizo un ruido con la bobina que al ho_bre le pareció raro, sobre todo al tirar del papel y al cortarlo. Pensó que ya estaba exagerando. "Cuánta parsi_onia", se dijo. "Evidente_ente, ya está haciendo el paquete. "Y lo que el viejito le estaba por vender debía de ser bastante pesado, porque hizo un ruido contundente al ponerlo sobre el _ostrador.
- ¿Ya está? -volvió a preguntar el ho_bre, i_paciente, aunque sabía que no estaba, porque recién, recién el viejito lo había aco_odado para envolverlo.
-Ya va a estar, ya va a a estar -y el ho_bre oyó nítida_ente el crujido del pri_er doblez.
Ade_ás, pensó, debía de ser cuadrado, porque el viejito hacía los pliegues con golpes secos, co_o siguiendo con la pal_a de la _ano unos ángulos rígidos.
Ahora le estaba poniendo el piolín.
El viejo cortó el sobrante del hilo. "Seguro que con un alicate", pensó el ho_bre. Después el viejo golpeó con el paquete ya hecho sobre el _ostrador y dijo, canturreando la a final co_o dándole la seguridad al ho_bre de que efectiva_ente había ter_inado:
-Ya está.
El ho_bre pri_ero abrió los ojos, después sacudió la cabeza co_o un nadador que sale del agua, se dio vuelta y _iró el paquete.
El viejo lo sostenía colgado del _oñito, con dos dedos, en un gesto casi gracioso. El ho_bre vio que tenía for_a de pris_a, y que estaba eficiente_ente hecho, con papel _adera verde.
"La verdad, que da gusto", pensó. Y sonriendo, lo agarró con las dos _anos, co_o si sacara la sortija.
Lo tuvo un _o_ento contra el pecho. Después, co_o si recapacitara, lo puso debajo de la axila, y _etiendo la _ano en el bolsillo del pantalón, preguntó apurado:
-¿Cuánto es?
- Novecientos noventa y cinco pesos -dijo el viejo-. ¿Necesita factura?
-No, no hace falta -dijo el ho_bre.
El viejo rebuscaba en el cajón del _ostrador. El ho_bre hizo un gesto con la _ano rechazando el vuelto.
- Está bien, señor, déjelo.
- Valiente -dijo el viejo dándole una _oneda de cinco pesos-.Que lo pase usted bien. Buenas tardes -Y se agachó para recoger el lápiz que se había caído.
El ho_bre apretó el paquete y salió. Recién entonces se dio cuenta de que al abrirse la puerta, sonaba co_o un carillón, o una caja de _úsica.
El paquete era _ás o _enos co_o un ladrillo, no tan grande, co_o le había parecido al verlo, ni ta_poco tan pesado.
El ho_bre deshizo el nudo con i_paciencia, y consiguió desenvolver la pri_era vuelta del hilo, porque el viejo le había dado dos. Cuando le estaba sacando los parches de dúrex, y _ientras pensaba: "Qué curioso, no _e había dado cuenta de que le había puesto dúrex. Prolijo, el viejito", lo atropelló el Torino de color verde _usgo.
Práctica_ente le aplastó la cabeza con la rueda izquierda.
Se juntó un _ontón de gente.
Lo taparon con una bolsa de cal, que un corredor de seguros _andó traer enseguida de la obra en construcción que estaba al lado.
Cuando llegó la a_bulancia, todos se corrieron y le dejaron paso. Deportiva_ente, bajaron el chofer y el practicante; parecían dos jugadores al entrar a la cancha. Trotaron hasta el ho_bre, se agacharon, lo destaparon y se _iraron entre ellos.
El practicante quiso saber qué había en el paquete. El _uerto lo sostenía apretado contra el pecho. Trató de abrirle las _anos, pero no pudo. Ta_poco pudo separarle los dedos. Entonces lo llevaron al hospital Pirovano. Lo bajaron con ca_illa y todo, y lo dejaron en la guardia, enci_a de otra ca_illa verde, con las patas despintadas.
El enfer_ero fue a lla_ar a la doctora.
Vino la doctora. La doctora era joven y gorda. Hablaba co_o un ho_bre, y decía _alas palabras. Cuando lo destapó, hizo un gesto negativo con la cabeza.
Sintió curiosidad por el paquete. Intentó sacárselo. El practicante le dijo que no era tan fácil, que él ya había probado.
La doctora dijo, poniendo cara de inteligente: "Es que los _uertos son _uy duros". Y el practicante dijo: "Sí, parecen hijos de vascos".
La doctora tironeó de los restos del dúrex, y los desprendió. Sacó el papel nerviosa_ente, el doble papel, porque el viejo había sido _uy _inucioso. Entonces su expresión ca_bió. Su cara tenía ahora un visaje de aso_bro y desencanto.
La doctora creyó necesario hacer una frase entre el silencio de todos. La ocasión era propicia y a la doctora le gustaban _ucho las frases. _iró alternativa_ente al enfer_ero, al chofer y al practicante, y dijo:
- Vean a qué cosas se aferran los seres hu_anos.
En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para los otros*.
Sres: Yo soy Daneri.
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(Jorge Luis Borges - El Aleph)